Recuerdos de una Villa Carmenza en Cambio (Parte II)
9 de marzo de 2025
Cuento escrito por: Alexandra Rozo
—¿Cómo estás, Aracinda? ¡Cuánto tiempo sin verte! —exclamó Carmen con una mezcla de emoción y nostalgia.
—Muy bien, Carmen. Aunque siempre ocupada. Ya sabes cómo es esto de mantener el barrio unido —dijo Aracinda mientras abría la puerta de su casa —. Pero pasen, no nos quedemos aquí paradas, subamos a la sala para charlar más cómodas.
Carmen y Sofía siguieron a Aracinda por las escaleras. La casa era encantadora, con paredes pintadas en colores cálidos y decorada con detalles que acentuaban la sensación de hogar. Al llegar a la sala, Aracinda les invitó a sentarse en unos sofás que, aunque un poco desgastados por el uso, parecían increíblemente cómodos.
Sofía, desde su lugar en el sofá, no pudo evitar observar con curiosidad cada rincón de la sala. El ambiente tenía un aroma suave a madera que le resultaba reconfortante. En las paredes colgaban muchas fotografías; algunas en blanco y negro, con un aire antiguo que sugería momentos vividos hace décadas, y otras a color, más recientes, mostrando eventos felices y rostros sonrientes. La mezcla de pasado y presente hacía que el espacio se sintiera lleno de historias y amor.
Mientras tanto, Carmen y Aracinda no podían ocultar la alegría de verse después de tanto tiempo. Sus risas y anécdotas llenaban el ambiente, creando un clima cálido y familiar.
Aracinda miró a Sofía con una sonrisa que irradiaba afecto y preguntó: —¿Y esta señorita? ¿Es tu nieta?
—Sí, ella es Sofía. Quería que conociera a una de las personas más importantes de mi vida y, de paso, mostrarle la belleza de Villa Carmenza.
—¡Mucho gusto, Sofía! —dijo Aracinda mientras extendía su mano—. Espero que disfrutes conocer un poco más de este lugar. Tu abuela y yo tenemos muchas historias aquí, y también muchos sueños que poco a poco se han hecho realidad.
Sofía, con curiosidad infantil, preguntó: —¿Has hecho parte de aquellos cambios que me ha venido comentando mi abuela?
Aracinda sonrió y asintió. —Bueno, no lo hice sola, querida. Todo comenzó hace años, cuando Yamir y yo decidimos que queríamos mejorar nuestra comunidad. Fue un trabajo de muchos vecinos, todos unidos. Nos dimos cuenta de que el reciclaje era una oportunidad no solo para limpiar el barrio, sino para ahorrar dinero y reinvertirlo en cosas que beneficiaran a todos.
—¿Cómo lo hicieron? —preguntó Sofía con ojos brillantes.
—Empezamos con algo pequeño: organizamos días específicos para recoger productos reciclables, como botellas, cartones y electrodomésticos viejos. Al principio, no todos estaban convencidos, pero poco a poco, la idea fue creciendo. Los lunes y viernes, el barrio entero se movilizaba. Con lo que recolectábamos, lo vendíamos y usamos ese dinero para comprar cámaras de seguridad. Fue un gran logro porque ayudó a disminuir los robos y a que todos nos sintiéramos más seguros —explicó Aracinda con orgullo.
—¿Y qué pasó después de las cámaras? —insistió Sofía.
—¡Ah! Eso fue solo el comienzo. Nos dimos cuenta de que podíamos hacer más. Con el dinero que seguíamos recolectando, organizamos eventos comunitarios. Por ejemplo, para el Día del Niño, decoramos el parque y trajimos payasos y dulces. En Navidad, hicimos una novena con luces y regalos para los más pequeños. Lo mejor de todo es que estas actividades fortalecieron los lazos entre vecinos. Ahora, Villa Carmenza no solo es un lugar más limpio y seguro, sino también un barrio lleno de alegría y cooperación. Y, actualmente, hay una joven muy especial que también está haciendo cosas increíbles por el barrio —agregó Aracinda, con entusiasmo.
—¿Quién es? —preguntó Carmen, intrigada.
—Es Damaris, la chica de cabello rojo que viste hablando con Yamir en el parque cuando llegaste. Es una ambientalista apasionada, directora de la Fundación Grothendieck, que ha puesto en marcha varias iniciativas para los jóvenes del barrio. Por ejemplo, organiza cineforos y compartires con los niños, donde no solo se divierten, sino que también aprenden sobre el consumo consciente y el cuidado del medio ambiente.
Sofía, interesada, preguntó: —¿Y qué más hace?
—Junto a algunas lideresas comunitarias Damaris también está desarrollando un vodcast que se llama Raíces Vivas: Voces de Fontibón. En él, participan tanto jóvenes como adultos del barrio, compartiendo historias y aprendiendo juntos sobre la importancia del reciclaje y de adoptar hábitos más responsables frente al cambio climático. Es un proyecto maravilloso que busca unir a la comunidad y crear consciencia sobre nuestra responsabilidad con el planeta.
Carmen sonrió, orgullosa del impacto positivo que nuevas generaciones como Damaris estaban teniendo en Villa Carmenza. —Qué alegría escuchar eso. Parece que el espíritu de cooperación sigue vivo en el barrio.
—Así es —respondió Aracinda—. Todo lo que hemos construido con esfuerzo continúa creciendo gracias a personas como Damaris, que inspiran y lideran con pasión.
Sofía, con una chispa de emoción en sus ojos, dijo: —¡Me encantaría conocerla! Tal vez yo también pueda participar en esas actividades algún día.
Aracinda sonrió. —Estoy segura de que sí, Sofía. Tú también tienes ese espíritu curioso y colaborador que hará la diferencia.
Carmen intervino, conmovida. —Eso es lo que hace especial este lugar, Sofía. No son solo las casas o los parques, sino las personas que trabajan juntas para mejorar el territorio. Villa Carmenza siempre ha sido un ejemplo de lo que se puede lograr con unión y esfuerzo.
Sofía, llena de admiración, dijo: —¡Quiero hacer algo así cuando sea grande! Quiero ayudar a mi barrio también.
Aracinda rió y respondió: —No tienes que esperar a ser grande, Sofía. Puedes empezar ahora, con pequeñas acciones. Recuerda, todo comienza con una idea y el deseo de hacer la diferencia.
Carmen y Sofía pasaron el resto de la tarde con Aracinda, escuchando más historias sobre los proyectos del barrio y soñando con nuevas iniciativas. Mientras caminaban de regreso al parqueadero por el carro, Sofía miró a su abuela y dijo con determinación: —Abuela, cuando volvamos a casa, quiero empezar a separar la basura para reciclar. ¡Quiero que nuestro barrio sea como Villa Carmenza!
Carmen sonrió, orgullosa. Villa Carmenza no solo había cambiado físicamente, sino que ahora también inspiraba a las nuevas generaciones.